SEMANA SANTA 2020



"Cristo murió por nuestros pecados según las 

Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó al
tercer día, según las Escrituras” 

En la Cuaresma, estamos acercándonos a la Palabra de Dios para encontrar palabras de vida y que dan vida a nuestra sequedad. El signo es el árbol seco que se va llenando de pequeñas hojas con las palabras que hemos recogido cada uno cada domingo. Ahora, en la Semana Santa seguimos buscando las palabras de vida; Pablo nos ayuda con las palabras de su carta primera a los Corintios: “os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os anuncié y que vosotros aceptasteis, en el que además estáis fundados, y que os está salvando, si os mantenéis en la palabra que os anunciamos: de lo contrario, creísteis en vano. Porque yo os transmití en primer lugar, lo que también yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras” (1 Cor 15,1-4)

Buscando “las palabras”, descubrimos a la “Palabra”, a Jesús. Ahora, al celebrar los misterios centrales de nuestra fe, celebramos a Jesús en su pasión, muerte y resurrección. La palabra que vamos a ir proclamando y escuchando nos descubre a la Palabra que es Jesús en quien se cumplen las Escrituras.

El Domingo de Ramos aclamamos a Jesús que entra en Jerusalén uniéndonos a la multitud que alfombra el camino con ramas. Son las palabras del profeta Zacarías las que iluminan este acontecimiento: “Decid a la hija de Sión: <<Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en una borrica, en un pollino, hijo de acémila>>” (Zac 9,9)
La Pasión de Mateo, el evangelista de este ciclo, nos abre la puerta de estos días: “Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras”. Dejemos que el Señor, como al Siervo sufriente, nos espabile el oído para escuchar y acoger con el corazón y después nos dé esa lengua de discípulo que nos lleve a saber decir al abatido una palabra de aliento hoy.
Pablo nos sitúa ante el Jesús de la Pasión: Siendo de condición divina se ha hecho semejante a los hombres, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. Jesús se une a nuestra muerte; pero él es exaltado por el Padre y por eso ante él nos arrodillamos y le proclamamos como el Señor.

La emoción de la entrada en Jerusalén reconociendo al que viene en el nombre del Señor, nos vuelve hacia la pasión quitando de en medio al que hemos aclamado. ¿Qué esperábamos de Jesús? ¿Que sería todo fácil? ¿no hemos atendido a las Escrituras?
El ritmo de vida nuestro y del mundo de paz, sosiego, alegría y disfrute, de pronto se ha truncado con un virus que nos ha sumergido en la tiniebla de la enfermedad, el miedo y la muerte. ¿Cuál es nuestro grito? ¿El confiado de Jesús sin entender, pero acogiendo confiado: “hágase tú voluntad”? o ¿el desgarrado del mismo Jesús abandonado: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”? ¿Cómo nos situamos?



El Jueves Santo, se nos ilumina la cara. Jesús se queda entre nosotros de una manera muy especial: en la Eucaristía. La celebración de la última cena de Jesús nos abre a la mesa del alimento cotidiano del Cuerpo y Sangre de Jesús en cada Misa. La tradición que Pablo ha recibido y nos ha transmitido, se une a la escena de Juan en la que Jesús se queda entre nosotros a través del servicio humilde y la entrega amorosa: el lavatorio. En la cena de despedida, como testamento nos deja el mandamiento del amor: “amaos unos a otros como yo os he amado”.

La centralidad de la Eucaristía para la vida de un cristiano y de una comunidad ahora se ha roto. La Iglesia está cerrada, la mesa está vacía, ¿no hay Eucaristía? ¿no hay comunidad? Ahora, cuando las presencias físicas se hacen imposible por el confinamiento y no tenemos ese encuentro físico tan necesario, nos sentimos unidos de otra manera. Es Jesús quien nos sigue uniendo y reuniendo en la Misa de la tele, o en la oración. Es Jesús quien nos sigue uniendo en la escucha de su Palabra que se hace alimento especial estos días. Es Jesús quién está presente en tantos gestos de servicio y amor hoy, en estas circunstancias que estamos viviendo. Hacemos Eucaristía, acción de gracias a Dios, por la presencia de su Hijo en tantos que hoy están lavando los pies de múltiples formas. Hoy que es el día del amor fraterno, lo celebramos por sus diversas maneras de expresarse entre nosotros hoy.

En la Hora Santa, nos unimos a Jesús en la oración en Getsemaní. Jesús se pone delante del Padre ante la hora decisiva que tiene que vivir; el cáliz del dolor, el sufrimiento, la muerte…no es agradable tampoco para él. Sus palabras nos acercan a él en una humanidad compartida: “mi alma está triste…Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz”; pero también son una llamada a acoger, a ponernos con confianza en manos del mismo Padre: “pero no se haga como yo quiero sino como quieres tú…hágase tu voluntad”. Es una noche para orar con tranquilidad (“Velad y orad”) y sentirnos muy unidos con Jesús en el momento de dolor, de sufrimiento, de muerte por la pandemia. Es el momento de mirar nuestra fragilidad y también volvernos al Padre para buscar algo de luz en él dentro de la oscuridad.

El Viernes Santo, con la pasión y la muerte de Jesús, la cruz se pone en el centro. Seguimos buscando sus palabras que nos ayudan a vivir este día. Miramos a Jesús que es el Siervo Sufriente de Isaías: “él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores…sus cicatrices nos curaron”; le contemplamos con las palabras del autor de la carta a los Hebreos, unido a nuestra humanidad sufriendo como nosotros, probado como nosotros, para poner en él nuestra confianza: se puede compadecer de nuestras debilidades, en él encontramos misericordia y salvación. El Evangelio de San Juan que nos muestra a un Jesús victorioso en medio de la pasión, nos lleva a aceptar la cruz y acogerla como camino para la vida.

En la cruz contemplamos el dolor, el sufrimiento, la muerte, la oscuridad… Pero también la miramos con los ojos de la fe que nos muestra el amor de una vida entregada, el sufrimiento no masoquista sino de ofrenda por los demás, la muerte abierta a la vida, la oscuridad que antecede a la luz.

En este Viernes Santo, en la oscuridad de la pandemia, la cruz tiene la carne de tantos que están sufriendo de múltiples formas: la enfermedad, la soledad, el confinamiento, la muerte; pero también en la cruz contemplamos a los que se entregan para que otros tengamos vida: los sanitarios en todos sus modos, los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, los militares, Protección Civil, Policía local, tantos servicios municipales, los que no pueden parar para que tengamos abastecimiento, los que se quedan en casa conscientemente…  

Contemplar la cruz, mirar a Jesús, lo hacemos desde esta doble perspectiva que hace que la cruz pase de ser escándalo o necedad a ser de verdad fuerza salvadora.

En la Pascua celebramos la victoria de la luz sobre la oscuridad, de la vida sobre la muerte: “hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos” (Jn 20,9). En la Noche Santa la Palabra de Dios tiene un protagonismo especial; nos sentimos parte de un pueblo que es acompañado por Dios que va haciendo de la historia una historia de salvación.


Del fuego que quema y purifica surge la luz del cirio pascual, presencia de Jesús resucitado que ha vencido a la muerte, a la oscuridad de un sepulcro. La alegría del Pregón Pascual resuena como la gran noticia de la noche: “Esta es la noche en que rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo”.

La liturgia bautismal nos lleva a renovar con gozo y alegría nuestro nacimiento a una vida nueva a través del agua del bautismo. Hemos entrado con Jesús resucitado en esa vida nueva que él nos da.

La Eucaristía de esta noche se hace acción de gracias especial: celebrar la acción del Dios Padre en su Hijo Jesús que le ha resucitado. No está en el sepulcro, está aquí, vivo en medio de nosotros, en nosotros.

La Pascua es el paso de la muerte a la vida de Jesús. Celebrar la victoria de la luz sobre la oscuridad, de la vida sobre la muerte, en estos momentos que vivimos nos abre a la confianza y nos llena de esperanza. La alegría de la Pascua tiene que inundar nuestro corazón para vivir con fe y esperanza.

Esperamos la victoria de un medicamento, de una vacuna que sea capaz de dominar y eliminar este virus que nos debilita y mata. Parece que ahí ponemos nuestra confianza y esperanza. Pedimos a Dios que ilumine a tantos que están trabajando e investigando para encontrar esa vacuna o medicina. Pero eso nos cura, nos puede devolver a la antigua vida que llevábamos; la Pascua de Jesús nos salva, nos lleva a una nueva vida.
Todos esperamos que esto que estamos viviendo sea un momento oportuno para pensar, para mirar nuestras vidas y preguntarnos en qué se pierde o se gana, qué es lo verdaderamente importante, para aprender. Las palabras que nos iluminan, la Palabra que nos ilumina es Jesús; es él quien cuestiona nuestra vida y nos ofrece otra vida. Es Jesús resucitado quien nos abre a una vida nueva.

Cantemos con gozo y alegría: Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario